EN PRIMER LUGAR, creo que no es momento para confundir a la
opinión pública en polémicas que lo único que consiguen es dividir a los que
estamos luchando, desde diversas posiciones y responsabilidades, por el bien
del Medio Ambiente canario. Mientras nos desgastamos unos a otros discutiendo y
peleando por nuestras respectivas "fincas", los verdaderos problemas
ambientales que afectan a ésta y al resto de las islas continúan creciendo.
Desde el Área de Medio Ambiente y Paisaje del Cabildo
Insular de Tenerife nos enfrentamos a una realidad enormemente compleja. En
nuestro marco territorial coinciden, se superponen con armonía, en ocasiones,
pero se obstaculizan, en otras, hasta cinco administraciones diferentes. En
algunos casos, las directrices provienen de Bruselas; en otros, es Madrid,
quien decide; también el Gobierno de Canarias tiene su importante cuota de
gestión territorial, al igual que el Cabildo de Tenerife. Y, finalmente, el
ayuntamiento de cualquiera de los 31 municipios, que quiere, demanda y tiene
derecho a decir qué necesita en su territorio. Entre normativas europeas, leyes
estatales, regionales, planes territoriales y urbanísticos, ordenanzas
municipales, etc., el resultado es que cuando tratamos de aplicar a rajatabla
la legislación el sistema chirría, y lo hace porque nos encontramos un millón
de personas circulando a la vez por encima de este gigantesco
"portaaviones" en que se ha convertido la isla de Tenerife, con un
nivel de exigencias y consumo que no hace más que desbordar las previsiones
menos optimistas.
Esta "inflación" de leyes y planes sobre el
territorio no ha tenido en cuenta -hasta ahora- la conservación o protección de
ninguna planta cultivada por el hombre, a pesar de su indudable valor histórico
y ambiental, y que "mataron" el hambre de nuestro pueblo durante
siglos enteros (parece que la nueva Ley de Biodiversidad comienza a tenerlas
presentes por primera vez). La realidad -insisto- nos demuestra que, a pesar de
que estas leyes se aprueben, con facilidad y por unanimidad, en nuestro
parlamento, el deterioro ambiental persiste y se agrava, y el mundo agrario y
su paisaje (que nadie se cansa de elogiar) se viene abajo día tras día, para
ser colonizado por nuevas urbanizaciones de adosados, apartamentos, hoteles o
campos de golf. Si mi única preocupación fuera la protección de los espacios
naturales de la Isla supongo que estaría más tranquilo, pero es que este
territorio es algo más que esos espacios. La presión demográfica y, por ende,
el consumo de recursos y la generación posterior de ingentes cantidades de
residuos compromete seriamente nuestro hábitat y nuestra forma de vida. Y esto
no es una teoría formulada desde un despacho o desde un aula universitaria (en
la que he trabajado más de 25 años), basta con asomarse a la calle, al campo o
a las cumbres de la isla, y mirar a nuestro alrededor.
Como gestor del Medio Ambiente de Tenerife, desde hace ocho
años, siempre asumiré la responsabilidad de buscar lo mejor para nuestra isla,
independientemente de si mis palabras resultan "políticamente
correctas" o no. Los ciudadanos de Tenerife necesitan conocer los
problemas reales y diarios a los que nos enfrentamos y que no tienen soluciones
mágicas. Y es que esta isla no da más de sí. En algún momento, habrá que parar
y tomar decisiones duras, que no tienen que ver con nuestros deseos pero sí con
la realidad que entre todos hemos contribuido a conformar.
Asimismo, siempre he asumido la conservación y protección de
nuestra biodiversidad como una de las prioridades más importantes de la gestión
y eso no ha cambiado. De la misma manera reclamo mi derecho a denunciar que
algunos de los LIC (Lugares de Importancia Comunitarios), aprobados en
Bruselas, se hicieron con demasiada "alegría". El perjuicio para
nuestro medio ambiente es enorme con el cierre de la mayor escombrera del
noroeste de Tenerife. Ahora, los escombros de la construcción se están
vertiendo en barrancos y bordes de camino, sin que podamos poner un policía en
cada rincón para vigilarlo y castigarlo. La solución al problema pasa por
tratar de compatibilizar las medidas para conservar nuestra biodiversidad al
tiempo que buscamos la forma de legalizar las escombreras, impidiendo con ello
que se viertan incontroladamente en cualquier lugar. En ningún caso, se va a
dejar de proteger ninguna especie protegida, pero sí se va a procurar tener una
mentalidad abierta, buscando alternativas para lograr armonizar y resolver este
tipo de problemas. En definitiva, continuaremos buscando soluciones para
proteger la flora amenazada, en Riquel y en cualquier punto de la isla, a
través de vallados, entutorados, cultivos ex situ, etc. Lo que haga falta con
el objetivo de que ninguna especie en peligro se pierda en sus hábitats de
procedencia.
No he tenido ni tengo el más mínimo deseo en polemizar, ni
mucho menos ofender, a ningún colectivo ecologista ni a un colegio profesional
que -obviamente- defiende los intereses de sus colegiados. Al contrario, les
pido colaboración, diálogo y un mayor compromiso social con los problemas que
afectan al medio ambiente canario, más allá de las plantas y de los animales,
que parecen ser en ocasiones sus únicas preocupaciones. Desearía, aunque no
tengo demasiadas esperanzas, que nos ayuden y se pronuncien sobre cómo resolver
los problemas urgentes, que llegan a diario a nuestras mesas y, que afectan
decisivamente a las vidas de los hombres y mujeres de esta isla. Mientras esas
sugerencias no lleguen trataremos de continuar con nuestra labor de protección
de todo el Medio Ambiente de la isla de Tenerife, con nuestras luces y con
nuestras sombras.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 9 de Mayo 2004
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