domingo, 28 de enero de 2001

LA MORATORIA Y LAS VACAS LOCAS


En Canarias nos hemos acostumbrado en los últimos años a escuchar con frecuencia palabras como sostenibilidad, desarrollo sostenible o turismo sostenible. En la inmensa mayoría de las ocasiones se ha tratado de palabras huecas, basadas en la teoría, pero invisibles en la práctica y en la vida real de los canarios. El desarrollo sostenible es aquel que se alcanza cuando existe un equilibrio entre los recursos y el uso que hacemos de ellos, es decir, dar respuesta a lo que demandamos hoy sin hipotecar el futuro. En ese sentido, no podemos obviar que en territorios insulares como el nuestro el suelo, junto al agua, constituyen los recursos primordiales.

Es bien sabido que las urbanizaciones turísticas se asientan sobre suelos «robados» a la agricultura, quizás con las excepciones de la Península de Jandía, el Sur de Lanzarote y buena parte de Maspalomas. El crecimiento de los últimos 30 años ha desbordado cualquier tipo de previsión, paralela a la expansión urbanizadora ha discurrido la imperiosa necesidad de dotar de servicios, accesibilidad y energía a las mencionadas áreas. En los últimos treinta años hemos crecido anualmente en Tenerife, sólo en camas turísticas, el equivalente al municipio de El Sauzal, entre cinco y seis mil nuevas plazas alojativas, hasta alcanzar las 168.000 actuales. Este récord es imposible de mantener sea con moratoria, pacto de territorio o como queramos llamarlo.
Este crecimiento ha sido prácticamente imposible de controlar, la inexistencia de una planificación regional o insular hasta hace muy poco, la libertad de los ayuntamientos para gestionar su territorio y, al mismo tiempo, el escaso rigor y respeto por el medio ambiente, ha desembocado en la actual situación. Los grandes perjudicados, en cuanto a recursos se refiere, han sido el suelo y el agua.
Asimismo, esta expansión ha llevado aparejado el deterioro del aparato productivo, es decir, el autoabastecimiento de las Islas en productos agrarios ha caído en picado y el suelo cultivado se ha reducido a la tercera parte, sin que por el momento parezca que hayamos tocado fondo (con la excepción de algunos cultivos, como la viña). A consecuencia de ello, nos vemos obligados a depender de la importación de alimentos producidos a miles de kilómetros con procedimientos industriales, destinados a mejorar e incrementar la productividad de la manera que sea. El resultado es bien conocido por todos, en estos momentos son las «vacas locas», pero este problema afecta a grandes sectores de la alimentación y en el futuro no podemos descartar nuevos y graves problemas.
Por profundizar en el caso del sector bovino en Canarias, podríamos apuntar que en las zonas húmedas del Norte de las Islas de Tenerife y La Palma, una vaca alimentada convenientemente con plantas forrajeras endémicas, como el Tagasaste, puede vivir en una superficie muy inferior a su homóloga en Holanda. Es evidente que la agricultura y la ganadería con métodos industriales se han apoderado del mercado, pero no es menos cierto que este fenómeno tiene un precio que estamos comenzando a pagar. Debemos recuperar el sentido, quizás con menor modernidad, pero con mayor ecología. Sírvanos como ejemplo que si queremos que una vaca produzca 9.000 litros de leche al año la estamos transformando en un manantial y, como dice el refrán, de esos polvos tenemos estos lodos.
Todo esto pone de manifiesto la necesidad de poner límite a este proceso urbanizador y de especulación sobre el suelo que ya nos ha dejado una seria hipoteca, no sólo paisajística y ambiental, sino, sobre todo, en el desequilibrio resultante entre población y recursos. De esta manera, y más allá de los aspectos técnico - jurídicos del documento, creemos que hay que cerrar filas en la defensa de un giro, importante y obligado, en el modelo del monocultivo turístico como única alternativa económica para este Archipiélago. Ante la actual coyuntura, para mantener y mejorar la oferta turística canaria, el principal factor que debemos alentar es el equilibrio ambiental y social de nuestra comunidad, hoy seriamente trastocado.
En los últimos tiempos, nos hemos acostumbrado a que surjan casi a diario nuevos interrogantes sobre nuestra relación tanto con la producción de alimentos básicos (vacas locas, alimentos trangénicos, etc.) como con el medio natural, los acuíferos, etc. Esta problemática alcanza a toda la aldea global, no se trata de casos aislados y el enfoque adecuado para resolverlos pasa de forma inevitable por estrategias conjuntas y supranacionales. El turismo al que aspiramos en estas Islas no puede permanecer indiferente a las corrientes de sostenibilidad que se están imponiendo en todo el mundo occidental, por ello y entre otras medidas, su propia pervivencia y el equilibrio de la sociedad y de la cultura canaria que lo sustenta exige un freno a los procesos urbanísticos expansivos de las últimas tres décadas.

Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 28 de Enero 2001

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