domingo, 7 de abril de 2002

El temporal del 31 de marzo: crónica de una muerte anunciada


EN ESTOS DIFÍCILES días he encontrado tiempo para rebuscar en la hemeroteca y rescatar algunas líneas de un artículo que publiqué en el periódico EL DÍA, el domingo 11 de noviembre de 2001. Unas palabras que han cobrado repentina y violenta actualidad, convirtiéndose en un desgraciado augurio respecto a los hechos acaecidos el pasado domingo. El motivo del artículo era una reflexión sobre las primeras lluvias del otoño en Tenerife y que - equivocadamente - algunos medios de comunicación habían presentado como catastróficas. Este texto que pasó sin pena ni gloria por las páginas impresas de la sección de Opinión del principal diario de la provincia de Santa Cruz de Tenerife cobra una vigencia funesta en estos tristes días para Tenerife y para toda Canarias.

"La modesta intención de estas líneas es hacer reflexionar a responsables políticos, medios de comunicación y ciudadanos en general sobre lo que puede ocurrir un día, no demasiado lejano en el tiempo, con consecuencias negativas mucho más graves de lo acontecido recientemente. La realidad de este territorio tras largas décadas de intervención humana es que el riesgo de padecer serios daños producto de un temporal no ha hecho más que incrementarse. Pero quizás lo más grave es que esta sociedad ha perdido su memoria histórica, no se recuerdan los cientos de verdaderos temporales de viento y lluvia que ocasionaron decenas de muertos y serias pérdidas económicas en tiempos precedentes".
"Después de años de intervención humana, de grandes extensiones urbanizadas y de numerosas infraestructuras de comunicación que atraviesan e ignoran el riesgo real e inevitable de que este tipo de acontecimientos atmosféricos se repitan en el futuro inmediato, podemos concluir que no estamos preparados ni física ni psicológicamente para soportar los efectos de este tipo de sucesos y a las pruebas del pasado domingo me remito. Es evidente que los grandes taludes al borde de carreteras y autopistas representan un peligro potencial cuando acontecen grandes lluvias. Los desprendimentos y corrimientos de tierras serán habituales con el consiguiente riesgo para la circulación. En ese sentido, quiero manifestar que no podemos adecuar toda la naturaleza a las exigencias de una sociedad urbana y terciarizada, porque para eso habría que recubrir de cemento y asfalto todo el territorio, y supongo que eso no es algo deseable, al menos no para la mayoría de los canarios. La urbanización de los márgenes y de las desembocaduras de nuestros barrancos implica otro peligro aún mayor. Este tipo de sucesos debe motivar la reflexión de la ciudadanía por la escasa preparación de esta sociedad para soportar el impacto de una catástrofe de origen natural. Es obvio que hemos perdido la cultura de nuestros antiguos campesinos que respetaban en un grado muy superior a la naturaleza y a sus manifestaciones más violentas".
"En definitiva, el primer aguacero después de la época estival nos ha aportado - además de unas pocas precipitaciones - toda una lección didáctica que mucho me temo no seremos capaces de asimilar y aprovechar (...). En cambio, cuando ocurra (que ocurrirá, no lo duden) un verdadero temporal nos lamentaremos sobre los errores cometidos mientras pedimos la declaración de "zona catastrófica", evaluamos las pérdidas económicas y lloramos a las víctimas. Así es como funcionan las cosas en este "primer mundo" nuestro de cada día. Tiempo al tiempo...".
Es terrible que el tiempo haya dado la razón a estas palabras, pero no había que ser un profeta para saber que esta situación se acabaría dando más tarde o más temprano en una ciudad como Santa Cruz de Tenerife (o en cualquier otro municipio), que ha ignorado en su crecimiento urbano y poblacional las leyes de la naturaleza. No es hora de buscar culpables ni echar las culpas a terceros. Todos los canarios tenemos nuestra cuota de responsabilidad en lo sucedido. Lo que sería importante de una vez por todas es que esta trágica lección sirviera para algo, que nos enseñara a todos, políticos, técnicos, constructores y ciudadanos en general que debemos ser estrictos y rigurosos en la planificación y ordenación del espacio. Cualquier desajuste, error, permisividad o falta de control en el crecimiento tiene consecuencias, que acaban por llegar más tarde o más temprano.
¿Cuál es el papel de la sociedad en este tema? Es claro y meridiano: exigir, reclamar y hacer llegar a sus responsables políticos la obligación de hacer un esfuerzo - de verdad - en promover medidas y acciones que eviten y prevengan la repetición de este tipo de sucesos. Aprender de esta tragedia una lección para el futuro será nuestro mejor homenaje a las víctimas del temporal del 31 de marzo en Santa Cruz de Tenerife. Y, por favor, no perdamos la memoria de lo sucedido, es uno de nuestros principales patrimonios.

Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 31 de Abril 2002

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