LA RECIENTE SENTENCIA del Tribunal Constitucional, que
otorgaba la responsabilidad en la gestión de los parques nacionales a las
respectivas comunidades autónomas, suscitó diversas críticas en el entorno
ecologista local y peninsular. Se podrían resumir la mayoría de ellas en el
desprecio, sin el beneficio de la duda, a la capacidad de nuestra comunidad
para gestionar adecuadamente estos espacios locales. Por el contrario, sí se
otorga esa capacidad a los despachos madrileños del Ministerio de Medio
Ambiente a más de 1.500 kilómetros de distancia.
Hagamos una lectura histórica de los dos parques nacionales,
que ya han cumplido los cincuenta años, el del Teide y la Caldera de
Taburiente. Sería interesante para todos preguntarnos qué papel ha desempeñado
cada institución en estos tiempos y lo que se ha conseguido en estos años para
estos lugares emblemáticos.
El Teide es el espacio natural más visitado de España y uno
de los más visitados de Europa, con más de 4 millones de personas al año. A
pesar de esa enorme afluencia, mantenida e incrementada a lo largo de varias
décadas, podemos contemplar con tristeza la escasez de recursos humanos y
materiales para velar por su conservación. Apenas existe un puñado de
funcionarios en la dirección del parque mientras que la mayoría de los
trabajadores son subcontratados en condiciones precarias mantenidas a lo largo
de muchos años. Más allá de los merecidos diplomas y reconocimientos europeos
que el Parque del Teide ha recibido, no deja de sorprendernos que no hubiera
dinero para mantener el dispositivo de la Cruz Roja española en el Portillo.
Tampoco se han podido habilitar unos baños públicos en la rotonda de los Roques
de García, donde se concentran miles de personas todos los días. Al final,
tenemos que los dos centenares de kilómetros cuadrados del parque con sus miles
de visitantes diarios debe ser vigilado, controlado y protegido por apenas
veinte personas. Resulta por lo menos curioso cómo se explotó la piedra pómez
en Las Cañadas del Teide, con un permiso del ministerio de Industria, hasta que
el Ayuntamiento de La Orotava, suspendió la actividad. En conclusión, a tenor
de los hechos parece evidente que -más allá de los actos festivos de cumpleaños
y otros rituales- el interés y el compromiso de Madrid con este parque ha sido
bastante escaso.
Por otro lado, en la Caldera de Taburiente se permitía abrir
galerías que "pinchaban" los manantiales naturales, agotándolos
progresivamente. Finalmente, las protestas culminaron en una sonora
manifestación en San Andrés y Sauces, en la que los palmeros nos manifestamos
para terminar con esta picaresca, permitida por los entonces gestores nacionales.
Y qué decir del "bunker", el centro de visitantes de El Paso,
imposible de construir por hoy por el impacto que genera en su entorno y más
apropiado para un entorno del norte peninsular que para la Isla Bonita. En todo
caso, los gestores estatales consideraron que no era necesario diseñar un
edificio que tuviera que ver con la cultura del lugar en que se iba a ubicar.
Craso error.
Es bastante evidente que tampoco se acertó cuando, desde
Madrid, se dio luz verde a la introducción de los muflones en Tenerife, y el
arrui en La Palma, que tantos problemas causan en la flora endémica de estos
espacios. Ni siquiera las repoblaciones que se llevaron a cabo con pinos
insignes, pinos introducidos del continente, que desplazaban la flora original
y endémica de nuestro territorio, puede calificarse en el mejor de los casos de
"buena gestión".
No vamos a seguir enumerando errores de bulto de la
administración nacional de los parques nacionales canarios por dos razones. La
primera por no aburrir y, la segunda, porque en cualquier gestión de cualquier
territorio se cometen fallos y aciertos. En ese sentido, la mayor crítica que
se le puede hacer al Estado es la escasez de recursos que invierte en estos
territorios, verdaderos estandartes naturales de España.
Es por ello que asociar mala gestión a los canarios y buena
a los madrileños, castellanos o leoneses, tiene que ver más con complejos
pseudocoloniales no superados que con la realidad. Lo que hay que exigir, sin
lugar a dudas, es una gestión transparente, seria y rigurosa. La vigilancia de
esa gestión corresponde, entre otros, a los ecologistas, a los que les pedimos
colaboración y participación para mejorar las condiciones de conservación de
todos nuestros espacios naturales, pero siempre desde el respeto y el diálogo.
Los Espacios naturales protegidos en Canarias son la resultante de un
compromiso histórico de nuestro pueblo con la naturaleza a lo largo de
sucesivas generaciones en un pacto no escrito.
Sinceramente, creemos que la gestión de los Parques
Nacionales mejorará bajo la tutela de los canarios. No olvidemos que hemos
nacido y criado a la sombra de símbolos que se encuentran en nuestro
subconsciente como sociedad: El Teide, Timanfaya, La Caldera o Garajonay son
fuentes de orgullo y símbolos de identidad para todos los canarios. Su
protección y conservación está garantizada, no porque lo gestionen desde Madrid
o desde Canarias, sino porque nuestra sociedad no permitiría que se pusieran en
peligro.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 5 de Diciembre 2004
No hay comentarios:
Publicar un comentario