domingo, 27 de mayo de 2001

LA FUNDACIÓN ALHÓNDIGA Y LA VIÑA


En la década de los ochenta se puso en marcha una afortunada iniciativa sobre la viña y el vino desde el singular edificio, sede de la actual Alhóndiga en Tacoronte. Asimismo, es bien conocido que en estos días se está celebrando la 23ª Semana Vitivinícola Alhóndiga, por lo que debemos dar la enhorabuena a sus promotores por el éxito y la repercusión logrados hasta la fecha. La consecuencia más evidente de estas jornadas es la revalorización de nuestras viñas y, por ende, de nuestra cultura agraria tradicional y del paisaje rural de Tenerife. 
En un corto período de tiempo, hemos pasado de un cultivo menor y de un vino devaluado en garrafones a un vino pujante, apreciado y revalorizado, en garrafón y, sobre todo, en botella. Nuestros caldos han ganado un reconocimiento generalizado en numerosos congresos nacionales e internacionales, representando con dignidad a estas Islas, algo inimaginable en los primeros años de la década de los ochenta. La cultura del vino ha revalorizado un paisaje, unas raíces históricas y una forma de economía minusvaloradas hasta que se pone en marcha un proceso de regeneración y potenciación, que ha motivado que las - hasta entonces - marginadas medianías de las Islas hayan experimentado un auge insospechado. Además, la viña, de ser un cultivo descapitalizado y casi residual, se ha transformado en un cultivo con fuertes inversiones y creciente prestigio social, incluso en las zonas costeras. Sin embargo, este tema puede representar un problema en el futuro si no somos capaces de mejorar y optimizar nuestra competitividad, la relación con el mercado y todo el proceso de comercialización, podría llegarse a una hipotética sobreoferta y a una caída de precios por debajo de los costes de producción, algo que no pueden soportar las vides tradicionales. Una lectura territorial del vino demuestra que Tenerife acumula más de la mitad de la superficie total cultivada de viñas en Canarias, lo que además se refuerza con el dato de que se trata del único de los cultivos tradicionales que ha experimentado un significativo crecimiento desde la década de los sesenta. Además, la viña asociada a otro producto tradicional como la papa ocupan más del cuarenta por ciento del territorio cultivado en el Archipiélago. Es por ello que del futuro de estos dos cultivos depende en gran medida nuestro paisaje agrario y, sobre todo, del mantenimiento equilibrado y sostenible de nuestras medianías. Pero no podemos disociar el vino y las papas de una cultura ancestral, de una forma de entender la vida y de una manera de relacionarse con la tierra y con la naturaleza. En este sentido, en el código del mundo rural y en el lenguaje campesino, este tipo de cultivos son parte de las señas de identidad, de las «marcas genéticas» de una parte aún importante de nuestra sociedad. Todo ello resulta más evidente ante el aluvión cultural y económico del mal llamado «pensamiento único» en la supuesta «aldea global» donde hemos de consumir, entre otras cosas, lo que beben los americanos. En definitiva, el paisaje de nuestras medianías plantado y sembrado de viñas y papas, sumado a la «red» de «guachinches» y todo el amplio espectro de establecimientos de restauración, constituyen una tarjeta de presentación de calidad para propios y visitantes. Y más allá de los demostrados efectos positivos en la dieta mediterránea de una copa de vino en cada comida hemos de tener claro que cada vez que optamos por nuestros vinos en un restaurante estamos contribuyendo de forma importante y sustancial al mantenimiento de un paisaje singular y tradicional, en el que la naturaleza y lo verde priman sobre el cemento y lo gris. La viña y las papas son en gran medida parte del paisaje cultural de nuestro pueblo, la cultura mediterránea y amerindia sobre la piel de las Islas.

Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 27 de Mayo 2001

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