Con frecuencia solemos escuchar y comentar temas de
sostenibilidad, agricultura sostenible, turismo sostenible, turismo y paisaje,
etc., sin embargo la mayor parte de las veces se trata de un ejercicio más
retórico que práctico. En el caso de la agricultura, cuando se trata de poner
recursos para que los «jardineros del paisaje» continúen manteniendo y cuidando
el jardín de la sostenibilidad de este «Rincón de las Hespérides», del que ha
presumido esta sociedad desde muchas generaciones atrás, todo se queda en
declaraciones para la galería. Un ejemplo «sangrante» de este doble lenguaje es
el caso que podemos ver, en Tenerife, desde el mirador de la Tierra del Trigo.
Se trata del singular paisaje de la Isla Baja, los municipios de Buenavista,
Los Silos y Garachico y la alfombra verde costera que forman sus casi mil
hectáreas de plátanos al aire libre, que llenan cientos de canteros construidos
con sorribas piedra a piedra, haciendo llegar el agua de galerías lejanas a
través de canales que atravesaban abruptos y hendidos barrancos. Es lo que
algunos estudiosos han dado en llamar «la arquitectura del paisaje canario», lo
que ha dado fama a estas Islas y ha sido cubierta de folletos publicitarios en
mayor medida aún que sus cálidas playas. Apenas existe el plástico en este
paisaje, omnipresente en zonas cada vez más amplias del sur de las Islas.
Asimismo, podemos divisar desde esta atalaya privilegiada la Montaña de Taco,
un gigantesco depósito de agua para riego de la platanera de los más
importantes de la Isla. Otro hito importante es la montaña de Aregume, con las
casas escalando la ladera para no robar tierra a la agricultura y resevar la
mayor cantidad de suelo apto para los cultivos. No sabemos cuánto tiempo se
mantendrá este paisaje de forma productiva y si seguirá los pasos de amplias
zonas de la costa de Icod de los Vinos, La Guancha, San Juan de la Rambla o el
Valle de La Orotava. Se convertirá esta visión verde en una panorámica ocre de
tierras abandonadas y solares, escombros, basuras y grúas de la construcción,
con regulares y miméticos carteles de «se vende».La punta del iceberg que pone
en peligro este paisaje es el caso de los miembros de la cooperativa COISBA
(Isla Baja de Tenerife), que durante los meses de junio, julio y agosto no
cobran ni para pagar el agua y los abonos, lo que han llevado a que estén
experimentando una situación dramática tanto en lo profesional como en lo
familiar. Muchos de los miembros de esta cooperativa han cortado el 60 por
ciento de la cosecha y esto ocurre en un cultivo mimado que el año pasado
obtuvo veinticinco mil millones de subvención. No deja de resultar curioso que
uno solo de los nuevos «terratenientes» que cultiva bajo plástico y con la mano
de obra mínima percibe más ayudas que toda Buenavista, de la misma forma que
este señor tiene más poder y representatividad en la organización platanera
ASPROCAN que el mencionado municipio. Esto es porque un millón de kilos equivale
a un voto, independientemente de quien sea el que sostenga y defienda el
paisaje y la sociedad que alberga.En definitiva, que los plátanos son algo más
que un cultivo en Canarias, es algo que casi nadie pone en cuestión. Sin
embargo, hay que realizar un esfuerzo suplementario para mantener abiertas las
puertas y ventanas de numerosos hogares familiares que viven de este cultivo en
zonas como la Isla Baja. Las mismas personas que mantienen un paisaje y una
cultura que nos hacen enorgullecernos al resto de canarios y que, en los
últimos tiempos, están sufriendo un momento especialmente duro y - si nadie lo
remedia - están perdiendo la ilusión en un futuro para su forma de vida y de
relación con su entorno. Es por ello y por la grave repercusión que implica para
miles de canarios y canarias que pedimos - exigimos - un urgente ejercicio de
responsabilidad a los que corresponde para que corrijan los errores cometidos
hasta la fecha en este frágil territorio nuestro.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 9 de Septiembre 2001
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