EL PASADO FIN DE SEMANA tuvimos el privilegio de asistir,
por quinto año consecutivo, al recorrido del almendro en flor, en el municipio
de Santiago del Teide. Una actividad lúdica y educativa promovida por el
Ayuntamiento del citado municipio y, en especial, por su concejala de cultura,
Dña. María Candelaria Pérez, y el propio alcalde, D. Pancracio Socas.
Este tipo de actos trasciende más allá del simple
folclorismo, tan en boga en los últimos tiempos. El tema central de la
celebración hunde sus raíces en la historia y en la cultura de las zonas
agrícolas más pobres de la Isla, en las que la escasez de lluvias unida a la
carencia de suelos fértiles, en terrenos dominados por coladas recientes,
malpaíses o lapilli (ceniza volcánica), provocó que el agricultor tuviera que
esforzarse en buscar soluciones imaginativas para conseguir alimentos de
primera necesidad. En esa línea es donde debemos situar la "cultura del
frutal" de nuestro sur. La paciencia, la innovación, la observación y el
trabajo de los campesinos permitieron que, a lo largo de cinco siglos,
determinadas variedades de árboles frutales, como los almendros o las higueras
(entre otros) fueran capaces de colonizar los terrenos más pobres, desde
Lanzarote hasta El Hierro, y cuya máxima expresión es aún visible - con
dificultad - en las sufridas medianías del sur de Tenerife.
Es por ello que "la ruta del almendro", realizada
en Santiago del Teide, es un recordatorio de valor ecoambiental, ya que nos
recuerda, por un lado, nuestro acervo histórico-cultural y, por otro, cómo
nuestros antepasados fueron capaces de reconocer y aprovechar los recursos que
la naturaleza les proporcionaba y cómo adaptarse a las limitaciones geográficas
de un territorio inhóspito. A esto tenemos que añadir la cualificada opinión de
un destacado experto californiano en la producción de almendras, sorprendido
ante la resistencia y capacidad de producción de las variedades canarias.
En ese sentido no es malo recordar cómo los almendros
constituyeron la vanguardia de la colonización humana de las
"manchas", es decir, los terrenos ocupados y coloreados por las lavas
históricas y recientes. No deja de resultar sorprendente cómo, aún hoy,
transcurridas varias décadas de olvido y abandono, podemos localizar miles de
ejemplares de esta antigua fuente de recursos alimenticios que sobreviven sin
ningún tipo de cuidado o atención, sepultados por la maleza y la desidia de una
sociedad consumista y olvidadiza.
Esos árboles equivalen a miles de esperanzas sembradas por
hombres y mujeres que los plantaron y cuidaron con devoción y mimo, como única
alternativa frente al hambre, en un árido sur, sin agua de galerías para riego
o turistas en busca de sol y playa. En definitiva, los almendros del sur
tinerfeño no sólo es el legado de una economía precaria, sino lo que es más
importante, una cultura de supervivencia, de sostenibilidad, de aprovechamiento
de los recursos sin agotarlos. Dice el proverbio que no debemos olvidar el
pasado para evitar repetir en el presente los errores cometidos, de forma que nuestro
futuro se vea comprometido gravemente. Es probable que eso sea ya una utopía,
que nuestra memoria sea ya demasiado frágil y es por ello que actos como el
promovido por Santiago del Teide deben ser auspiciados y valorados como
merecen.
Quién sabe si en un futuro no muy lejano no tengamos que
rebuscar en nuestro pasado para encontrar soluciones imaginativas (o
desesperadas) a los problemas del presente.
Tan improbable - supongo - como que los argentinos, dueños
de una de las naciones más ricas del planeta, tengan hoy que recurrir a las
cacerolas vacías como única respuesta a una brutal crisis económica y al hambre
subsiguiente.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 3 de Febrero 2002
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