EN EL PERIODO comprendido entre el siglo XVI y los años
cincuenta del siglo XX, el monte y los pinares fueron pilares básicos de la
economía insular. Un amplio espectro de productos forestales fueron
intensamente aprovechados para la subsistencia de nuestros antepasados: desde
la construcción de una vivienda hasta el uso para la pesca de
"hachos" de tea (antorchas utilizadas por los pescadores para
alumbrar sus faenas), pasando por la elaboración de abonos orgánicos,
construcción de canalizaciones para el agua, etc.
La deforestación de la Isla
constituyó la consecuencia lógica de la elevada presión humana en busca de
recursos para sostener una subsistencia precaria. Para constatar esta cuestión
basta con revisar el estudio de la superficie forestal de las Islas de Pedro de
Olive, en 1865, o el excelente trabajo sobre los pinares de Tenerife firmado
por Díaz del Corral, en 1930. Es en las últimas décadas del pasado siglo cuando
pierden de forma paulatina su carácter de recurso económico, para pasar a
desempeñar, ya en tiempos recientes, unas funciones ambientales y lúdicas, como
lugares de recreo y esparcimiento de una sociedad netamente urbana, que demanda
espacios libres y naturales, que le alejen de su paisaje cotidiano, enmarcado
por ríos de asafalto y desfiladeros de cemento.
Nadie discute hoy en día que el mantenimiento y la potenciación de nuestras
masas forestales es un factor de capital importancia para el medioambiente
canario, que no sólo es vital en la lucha contra la erosión, una amenaza real y
permanente a la que nos enfrentamos a diario, sino que también contribuye a
nuestro equilibrio ambiental a través de su papel para la captación de agua de
lluvia y posterior filtración al subsuelo.
En definitiva, a pesar de que los montes ya no son parte de una economía directa,
no han dejado de ser importantes para nuestra sociedad. De ahí nuestro reto
actual en su gestión y la necesidad de una inversión continua de recursos
económicos y humanos. Los gestores de hace cuarenta años eran otros,
fundamentalmente los vecinos de los pueblos, cuyo enfoque utilitarista y
práctico primaba sobre otras consideraciones, sin embargo no dejaba por ello de
estar presente en sus mentes el concepto del agotamiento de los recursos
forestales, con lo que se impedía una explotación brutal y sin medida (salvo
excepciones). En ese sentido, podemos señalar como ejemplo que el Monte Aguirre
no se entiende sin tener en cuenta el histórico suministro de agua a la ciudad
de Santa Cruz de Tenerife, a través de la cuenca del Valle Tahodio. La identificación
de masa forestal y captación de agua de lluvia se realizaba antaño de forma
automática.
Para el futuro, nos enfrentamos a una gestión cada día más compleja, en la que
debemos hacer frente a una intensa labor de silvicultura que mejore nuestras
masas arbóreas, con trabajos de entresacas, cortafuegos, etc., para la que - en
los próximos años - esta sociedad deberá dedicar varios miles de millones de
pesetas. Es importante destacar que hoy en día contamos con la mayor superficie
forestal de la historia de la Isla y este patrimonio de todos tiene un elevado
coste de mantenimiento, tal y como ha sido puesto de manifiesto en las
recientes jornadas nacionales sobre silvicultura celebradas en Tenerife. Una
inversión que tal vez no esté suficientemente valorada en nuestra sociedad,
pero que será vital para la conservación para las generaciones futuras de estos
espacios naturales, verdaderos refugios de vida y libertad.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 3 de Marzo 2002
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