ES DE TODOS CONOCIDOS dos los problemas que en estos
momentos afectan a los agricultores de papas de Benijos (La Orotava), entre
otros, por no poder colocar su producción en los mercados insulares, o la
situación de los niños del colegio de El Palmar, ante la pérdida de unidades
escolares, por el despoblamiento progresivo que experimentan las medianías del
Norte de Tenerife. Ambas cuestiones ejemplifican con claridad la problemática
que asola las medianías en amplias zonas de Tenerife, pero con especial
virulencia en el Noroeste de la Isla. Nos encontramos ante lo que el Sr. Bush
definiría con su habitual "tacto" como "daños colaterales"
del desarrollo. Es decir, una crisis económica que se transmite a las
estructuras demográficas, debilitándolas, mientras pierden efectivos.
Otros efectos perjudiciales - que hemos mencionado ya en
otros textos publicados - son las repercusiones negativas en el Medio Ambiente.
Puesto que la interrupción de las tareas agrarias, la labranza, la siembra y
los cuidados del cultivo favorece la extensión, la propagación, de los
matorrales. Las helecheras, las zarzas, los espinos, etc., se hacen los amos y
señores de un territorio hasta hace muy poco mimado y cuidado por el campesino
canario. Dichos matorrales constituyen la primera fuente de nuestras
preocupaciones cuando llegan los períodos secos y calurosos. Cualquier chispa
que se desencadene originará un incendio muy difícil de frenar y controlar
(casi imposible en topografías accidentadas) por el operativo anti-incendios
del Cabildo Insular de Tenerife.
Los ejemplos territoriales no faltan. Así, en Benijos o en
Palo Blanco, las tierras permanecen limpias porque se han sembrado con
regularidad de papas, trigo, chochos, etc. En cambio, en Los Campeches, un poco
más al oeste, en el propio municipio de Los Realejos, hoy los brezos, espinos o
las zarzas se han adueñado de un terreno antaño cultivado con esmero. Esto nos
obliga a tener cuadrillas de vigilancia permanente ante los peligros de
incendio en estas antiguas "tierras de pan sembrar". En Icod de los
Vinos se repiten situaciones análogas, más allá de Redondo y de Llanito de
Perera, vuelven a localizarse amplias superficies que el hombre ha abandonado y
donde el riesgo de producirse un incendio se eleva a las cotas más altas por la
acumulación de combustibles. Desde la finca de Boquín hacia las Abiertas o
Fuente de la Vega la situación es francamente preocupante y los esfuerzos que
demanda al Área de Medio Ambiente aumentan a diario. En los Altos de Garachico
y en Los Silos continúa el mismo proceso, con la excepción de San José de Los
Llanos y la Tierra del Trigo y parte de La Juncia, sin olvidar la incipiente
mejora en los cultivos que se está produciendo en el Valle de El Palmar.
En peores condiciones aún se encuentran las zonas medias de
El Tanque, en las que los matorrales llegan literalmente hasta el patio de las
casas, o los Partidos de Franquis, antiguos terrenos dedicados a forraje para
la ganadería y hoy de nuevo abandonados.
Este nuevo marco territorial que nos ha venido impuesto con
el "desarrollo" de los últimos años tiene una importante carga sobre
los recursos de la Administración Pública Insular, garante de la conservación y
defensa de los espacios naturales y rurales de la Isla. La creciente demanda de
cuidados ambientales dispara los costes de personal, para cubrir en gran manera
el trabajo que hasta hace poco realizaban los agricultores y que,
paulatinamente, van desapareciendo como "especie en vías de
extinción" que son en el Archipiélago. Los citados costes se verían
considerablemente reducidos con nuevos agricultores y con más sachos en las
medianías de todo Tenerife, pero eso es algo que hoy parece utópico de
conseguir. Por el contrario, tendremos que seguir aumentando el dinero de nuestros
impuestos para impedir no sólo que se quemen nuestros montes, sino también las
casas de muchos vecinos del noroeste de Tenerife.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 6 de Octubre 2002
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