DÍAS PASADOS nos
sobresaltamos todos los tinerfeños ante un incendio que amenazaba con devastar
la mayor masa forestal de la Isla, en la puerta de entrada de los pinares de
Icod a La Orotava. Sin embargo, y contra pronóstico, en medio de las peores
condiciones meteorológicas que se pueden dar (viento sur y calima), nuestros
hombres y mujeres del campo nos volvieron a dar una lección sobre cómo se
conoce el territorio. Es obvio decir que el conocimiento tradicional es un
valor a la baja en estos tiempos de Internet y nuevas tecnologías con pantallas
de plasma, en una sociedad netamente urbana que ante la amenaza del fuego sólo
le queda el recurso de correr despavorida. En esos momentos dramáticos, de
incertidumbre y temor, es cuando los trabajadores de medio ambiente dan un paso
al frente y se enfrentan a un peligro que difícilmente logran ver, envuelto por
el humo y la calima.
Por este despacho del Cabildo, desde el que escribo estas
líneas, han pasado en los últimos años mil y un vendedores de tecnología y
máquinas que prometían - algunas, casi por obra de magia - acabar de un plumazo
con cualquier llama que se atreviera a elevarse en la superficie de esta Isla,
o bien lo localizarían instantáneamente gracias a una vigilancia por satélite,
infrarrojos o cámara de vigilancia con conexión ADSL. Entonces, llegarían los
bomberos forestales, descolgándose por cuerdas desde helicópteros como si de
"hombres de Harrelson" se tratase. Otras opciones igualmente curiosas
apostaban por el bombardeo por aviones a baja altura, cargas de dinamita, etc.
Este año, vimos cómo en Colorado (EEUU), un incendio calcinó a lo largo de un
mes la mayor parte de los bosques del Estado, en el país que más recursos
tecnológicos del planeta posee. Al final, saben qué les digo: que no hay
tecnología vía satélite que reemplace a la mirada de un observador desconfiado
y atento, que no hay máquina que sustituya una cuadrilla de siete hombres y
mujeres trabajando en equipo, motivados, luchando espalda contra espalda, a
destajo, mirando de reojo el fuego que se acerca metro a metro.
Los hechos que comento confirman estas palabras y me animan,
ya que una sociedad que no basa en sus recursos humanos, en sus hombres y
mujeres, su principal riqueza es una sociedad muerta, sin futuro y sin
esperanza. El caso del reciente incendio en Los Realejos es un ejemplo patente
de ello, como puede haber otros muchos. Pero es el que tengo la obligación de
divulgar públicamente y con agradecimiento.
Un día de calor agobiante en los montes de toda la Isla, con
un viento desatado que complicaba cualquier labor de control o extinción de
incendio, que avivaba las llamas y las empujaba hacia el mayor bosque de
Tenerife, sin visibilidad más allá de unos cientos de metros, cuando el polvo y
el humo se funden en el aire, desorientando y mareando a todos los que luchan
contra el fuego. Todos los factores geográficos en contra y sólo queda la
intuición, el olfato, la experiencia y el saber hacer de 70 personas, que se
pegan al suelo y al fuego, con la cara tiznada, los ojos irritados y
enrojecidos, y medio asfixiados, hacen lo que saben hacer, localizaron el fuego
y lo atacaron en uno de los puntos más peligrosos de todo nuestro territorio,
con una dedicación que va más allá del deber profesional y a los que debemos
gratitud el resto de ciudadanos de bien de esta tierra.
Es por todo ello que estoy en la obligación de escribir este
artículo, para reconocer públicamente su trabajo y el de nuestro inmejorable
equipo técnico, o el apoyo inestimable de los helicópteros de la Comunidad
Autónoma, la colaboración de los municipios afectados y de todos sus vecinos.
Para todos aquellos que trabajaron codo con codo para luchar contra la lógica y
que evitaron una catástrofe cierta. Un día en pleno siglo XXI, en el que el
olor a fuego, localizado por la pituitaria de nuestra gente del campo valió más
que toda la tecnología de vanguardia.
Una última cosa: no bajemos la guardia en ningún momento, no
nos lo podemos permitir, ciudadanos y ciudadanas de Tenerife y de Canarias.
Todas las precauciones son pocas para evitar que suceda una catástrofe en
nuestros montes. Gracias a todos, una vez más.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 3 de Noviembre 2002
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