domingo, 24 de noviembre de 2002

Los pinares de Vilaflor


 EN ESTOS DÍAS ASISTIMOS a un amplio debate social y a un estado general de preocupación con relación a Vilaflor, sus pinares y su afectación por el tendido de alta tensión de Unelco. Pienso que es importante que esta sociedad esté atenta a cualquier agresión contra sus espacios naturales, pero también es cierto que no podemos olvidar que algunos de estos problemas han sido y son generados por nosotros mismos, por nuestra forma y cultura de vida, y por cómo nos hemos comportado con este territorio desde hace décadas.
No hay que obviar que determinados municipios han concedido licencias a discreción, sin tener en cuenta de dónde y cómo iban a salir la electricidad, el agua o los áridos o dónde iban a ir a parar sus residuos, sólo importaba el enriquecimiento fácil y la insolidaridad con territorios como Vilaflor, Arico o Güímar, entre otros, que representan la otra cara del Tenerife turístico-inmobiliario, "próspero y moderno". Y de esos lodos tenemos estos polvos.
Es difícil disociar economía y naturaleza, en especial, en estos territorios insulares limitados, que han sufrido agresiones continuas por el desarrollismo urbano y turístico en los últimos cuarenta años. En ese sentido, la salud y el porte de nuestros pinares son un fiel reflejo de nuestras circunstancias económicas, pasadas y presentes. De hecho, podemos afirmar, sin duda, que nunca - en los últimos cuatrocientos años - las masas forestales han tenido la presencia que tienen en la actualidad. Hemos reforestado espacios - antaño - cultivados y pastoreados, en tiempos de escasez, de pobreza y de emigración a América. Tampoco es malo idealizar una Isla ecológica y sostenible, con el máximo cuidado al medio ambiente, pero la realidad nos señala que esto es imposible con nuestros esquemas actuales, de población y ocupación del suelo, con la mentalidad primermundista que domina nuestra actuación sobre el territorio, que se encuentra escrita y documentada en los documentos de planificación municipales y que rige el comportamiento y las relaciones de la gran mayoría de los ciudadanos con el medio ambiente, en su más amplio espectro. También es cierto que registramos un crecimiento ilusionante de la conciencia ambiental en las generaciones más jóvenes, pero esto no significa que podamos considerarnos todavía una sociedad consciente y madura, ecológicamente hablando. Para los que piensan que se está abandonando desde el Cabildo Insular a los pinares a su suerte hay que hacerles llegar un análisis histórico de la realidad de esos territorios, hoy cubiertos de árboles. Hace apenas cincuenta años el arado y el sacho arañaban la tierra para cultivar cebada o centeno donde hoy están los pinos. En las zonas de cumbre de Vilaflor encontramos las eras construidas a mayor altitud del Archipiélago, en cotas superiores a los 1.500 metros, con alguna que llega incluso hasta los 2.000. Esto sólo es comparable a las tierras aún cultivadas en el Himalaya o en los Andes, ya que el hombre apenas ha intentado cultivar a esa altitud, salvo cuando no tenía otra opción para su supervivencia. De esta forma podemos encontrar eras construidas desde Agua Agria hasta el pie del Sombrero de Chasna, vestigios de una época pasada de escasez de suelos y alimentos.


Asimismo, en los inicios del siglo XX aún quedaba población en lugares como Las Corujas, Angola o Guayero. En cambio, en la actualidad es Ifonche el núcleo poblacional, que a 1.000 metros de altitud, se configura como límite geográfico de los pinares de Chasna. Chasna, al igual que Abona o Agache fueron los espacios forestales más castigados por el hombre para obtener "pez" (para calafatear los barcos), o por el pastoreo de miles de cabras, o por los cientos de mulos que obtenían leña para cocinar, pinocha para cama del ganado, etc. En ese sentido, la existencia de una resinera en Los Cristianos hasta 1909 es un buen indicativo de esta importante actividad de aprovechamiento de los bosques del suroeste de Tenerife. Hoy, las cosas han cambiado. No tenemos que mirar hacia estos espacios naturales porque no son necesarios para sustentar nuestra sociedad, ni para obtener combustible, ni para pastos, ni para cultivar centeno ni cebada, porque hay otra actividad económica que lo permite, el turismo.
En este marco geográfico e histórico es en el que debemos buscar la mejor alternativa para todos, para los vecinos de Chasna y para los del resto de la Isla de Tenerife, para los pinares, para nuestros espacios naturales y para el desarrollo socioeconómico de nuestra Isla, para que, en suma, logremos la difícil armonía y el equilibrio entre nuestro patrimonio natural y paisajístico y el modo de vida por el que nos hemos decantado.
Una última reflexión que quiero hacer es sobre la manifestación que se habrá celebrado ayer en Santa Cruz de Tenerife. Ojalá sea un éxito y llene las calles de personas preocupadas por el deterioro del medio ambiente y por una amenaza de agresión hacia el mismo. Independientemente que conozcan o no el problema con profundidad y sus alternativas, sería un magnífico indicativo de que este pueblo ha adquirido una sensibilidad ambiental de la que ha adolecido hasta tiempos muy recientes. Siempre es un rasgo de salud democrática la participación de los ciudadanos manifestándose por algo en lo que creen, y mucho más si se trata de un problema medioambiental. Es por ello que la población debe dejar oír bien clara su voz para cambiar el modelo de crecimiento actual y apoyar la "moratoria turística", para poner coto - por vez primera - al brutal y descontrolado crecimiento urbanístico que experimentan estas Islas desde hace varias décadas. Y no es una lucha fácil. Enfrente tenemos a poderosos intereses privados que abogan por desvirtuar o dejar sin efecto esta medida, hasta convertirnos en un nuevo Hong Kong atlántico. Son todos aquellos que permanecen callados, en la sombra. Ojalá el pueblo de Tenerife y el de toda Canarias participe en esta batalla.

Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 24 de Noviembre 2002

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