EN ESTOS DÍAS
ASISTIMOS a un amplio debate social y a un estado general de preocupación con
relación a Vilaflor, sus pinares y su afectación por el tendido de alta tensión
de Unelco. Pienso que es importante que esta sociedad esté atenta a cualquier
agresión contra sus espacios naturales, pero también es cierto que no podemos
olvidar que algunos de estos problemas han sido y son generados por nosotros
mismos, por nuestra forma y cultura de vida, y por cómo nos hemos comportado
con este territorio desde hace décadas.
No hay que obviar que determinados
municipios han concedido licencias a discreción, sin tener en cuenta de dónde y
cómo iban a salir la electricidad, el agua o los áridos o dónde iban a ir a
parar sus residuos, sólo importaba el enriquecimiento fácil y la insolidaridad
con territorios como Vilaflor, Arico o Güímar, entre otros, que representan la
otra cara del Tenerife turístico-inmobiliario, "próspero y moderno".
Y de esos lodos tenemos estos polvos.
Es difícil disociar economía y naturaleza, en especial, en
estos territorios insulares limitados, que han sufrido agresiones continuas por
el desarrollismo urbano y turístico en los últimos cuarenta años. En ese
sentido, la salud y el porte de nuestros pinares son un fiel reflejo de
nuestras circunstancias económicas, pasadas y presentes. De hecho, podemos
afirmar, sin duda, que nunca - en los últimos cuatrocientos años - las masas
forestales han tenido la presencia que tienen en la actualidad. Hemos
reforestado espacios - antaño - cultivados y pastoreados, en tiempos de
escasez, de pobreza y de emigración a América. Tampoco es malo idealizar una
Isla ecológica y sostenible, con el máximo cuidado al medio ambiente, pero la
realidad nos señala que esto es imposible con nuestros esquemas actuales, de
población y ocupación del suelo, con la mentalidad primermundista que domina
nuestra actuación sobre el territorio, que se encuentra escrita y documentada
en los documentos de planificación municipales y que rige el comportamiento y
las relaciones de la gran mayoría de los ciudadanos con el medio ambiente, en
su más amplio espectro. También es cierto que registramos un crecimiento
ilusionante de la conciencia ambiental en las generaciones más jóvenes, pero
esto no significa que podamos considerarnos todavía una sociedad consciente y
madura, ecológicamente hablando. Para los que piensan que se está abandonando
desde el Cabildo Insular a los pinares a su suerte hay que hacerles llegar un
análisis histórico de la realidad de esos territorios, hoy cubiertos de
árboles. Hace apenas cincuenta años el arado y el sacho arañaban la tierra para
cultivar cebada o centeno donde hoy están los pinos. En las zonas de cumbre de
Vilaflor encontramos las eras construidas a mayor altitud del Archipiélago, en
cotas superiores a los 1.500 metros, con alguna que llega incluso hasta los
2.000. Esto sólo es comparable a las tierras aún cultivadas en el Himalaya o en
los Andes, ya que el hombre apenas ha intentado cultivar a esa altitud, salvo
cuando no tenía otra opción para su supervivencia. De esta forma podemos
encontrar eras construidas desde Agua Agria hasta el pie del Sombrero de
Chasna, vestigios de una época pasada de escasez de suelos y alimentos.
Asimismo, en los inicios del siglo XX aún quedaba población
en lugares como Las Corujas, Angola o Guayero. En cambio, en la actualidad es
Ifonche el núcleo poblacional, que a 1.000 metros de altitud, se configura como
límite geográfico de los pinares de Chasna. Chasna, al igual que Abona o Agache
fueron los espacios forestales más castigados por el hombre para obtener "pez"
(para calafatear los barcos), o por el pastoreo de miles de cabras, o por los
cientos de mulos que obtenían leña para cocinar, pinocha para cama del ganado,
etc. En ese sentido, la existencia de una resinera en Los Cristianos hasta 1909
es un buen indicativo de esta importante actividad de aprovechamiento de los
bosques del suroeste de Tenerife. Hoy, las cosas han cambiado. No tenemos que
mirar hacia estos espacios naturales porque no son necesarios para sustentar
nuestra sociedad, ni para obtener combustible, ni para pastos, ni para cultivar
centeno ni cebada, porque hay otra actividad económica que lo permite, el
turismo.
En este marco geográfico e histórico es en el que debemos
buscar la mejor alternativa para todos, para los vecinos de Chasna y para los del
resto de la Isla de Tenerife, para los pinares, para nuestros espacios
naturales y para el desarrollo socioeconómico de nuestra Isla, para que, en
suma, logremos la difícil armonía y el equilibrio entre nuestro patrimonio
natural y paisajístico y el modo de vida por el que nos hemos decantado.
Una última reflexión que quiero hacer es sobre la
manifestación que se habrá celebrado ayer en Santa Cruz de Tenerife. Ojalá sea
un éxito y llene las calles de personas preocupadas por el deterioro del medio
ambiente y por una amenaza de agresión hacia el mismo. Independientemente que
conozcan o no el problema con profundidad y sus alternativas, sería un
magnífico indicativo de que este pueblo ha adquirido una sensibilidad ambiental
de la que ha adolecido hasta tiempos muy recientes. Siempre es un rasgo de
salud democrática la participación de los ciudadanos manifestándose por algo en
lo que creen, y mucho más si se trata de un problema medioambiental. Es por
ello que la población debe dejar oír bien clara su voz para cambiar el modelo
de crecimiento actual y apoyar la "moratoria turística", para poner
coto - por vez primera - al brutal y descontrolado crecimiento urbanístico que
experimentan estas Islas desde hace varias décadas. Y no es una lucha fácil. Enfrente
tenemos a poderosos intereses privados que abogan por desvirtuar o dejar sin
efecto esta medida, hasta convertirnos en un nuevo Hong Kong atlántico. Son
todos aquellos que permanecen callados, en la sombra. Ojalá el pueblo de
Tenerife y el de toda Canarias participe en esta batalla.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 24 de Noviembre 2002
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