ESTOS DÍAS HEMOS VISTO en Santa Cruz una realidad
tremendamente alentadora para el Medio Ambiente de nuestras Islas. La
demostración pública y palpable de que buena parte de esta sociedad no es
indiferente a las agresiones que nuestro paisaje natural está sufriendo desde
hace muchos años. Sin embargo, los que tenemos la responsabilidad de velar por
la salud de nuestros espacios naturales tenemos la obligación de realizar una
reflexión crítica o, al menos, de realizar una labor de información y
divulgación de cuál es la situación actual de nuestros pinares, no sólo en
Vilaflor, sino en toda la Isla.
Se ha dicho - con insistencia - en diferentes
medios de comunicación que el tendido eléctrico va a pasar por encima del
famoso "Pino Gordo", destruyéndolos a él y a los imponentes
ejemplares de su entorno, cuando eso jamás sería permitido por el Área de Medio
Ambiente del Cabildo de Tenerife. Por supuesto que tampoco se debe dejar de
lado la penosa trayectoria histórica de UNELCO con relación al medio ambiente
en las Islas, hasta que las instituciones públicas y determinados colectivos
sociales pusieron freno a determinadas actitudes prepotentes y faltas de
sensibilidad. En definitiva, el pueblo de Tenerife ha hablado y ha dejado clara
su postura. Los políticos no somos sordos a estos requerimientos y actuaremos
en consecuencia, como debe ser.
La historia reciente de nuestros pinares nos enseña que en
la década de los setenta se cortaban algo más de 10.000 pinos al año, que
abastecían entre 6 y 8 aserraderos, que daban trabajo a un colectivo
significativo de tinerfeños, y suponían una importante fuente de ingresos para
muchos municipios. En la actualidad, no se corta un árbol con fines maderables
(desde la década de los ochenta). Únicamente, se realizan las llamadas
"entresacas", cuyo fin es mejorar la salud de los montes, espaciando
lo suficiente los árboles para que puedan desarrollarse sin problemas. La
madera que se obtiene de estas actuaciones es, a continuación, astillada - en
su mayor parte - por una falta de aprovechamientos más importantes. Por otro
lado, la pinocha en nuestros montes, que en el pasado era buscada y recolectada
con afán por nuestros campesinos, cubre la superficie forestal insular. Apenas
sobrevive media docena de empresas que aún mantienen esta importante actividad
tradicional (alentada por el Cabildo de Tenerife), crucial en la prevención de
incendios. En este sentido, un dato que merece ser valorado es que en los años
sesenta se tuvo que importar pinocha de El Hierro porque en Tenerife los montes
se encontraban completamente limpios de ella. Aún hoy, incluso los pinos secos
apenas se cortan, sino que se mantienen en nuestros montes como hábitat de los
pájaros picapinos. Nos vemos en la obligación de traer madera de tea de otras
Islas para completar la restauración de la iglesia de Buenavista porque aquí no
se consigue. Esta es la realidad de los usos de nuestros árboles en Tenerife en
estos momentos.
Pero también hay que contemplar que se ha doblado la
superficie forestal de los años cuarenta, pasando de unas raquíticas y
esquilmadas 30.000 hectáreas a algo más de 50.000. Continuamos reforestando en
el Sur y en el Norte de Tenerife, sin descanso. En especial, en los lugares
donde la erosión amenaza con mayor intensidad nuestra geografía, en los
municipios de Arico y Fasnia, pero también en otros espacios. Sin embargo, y a
pesar de todo este esfuerzo humano, material y presupuestario de muchos años
precedentes oigo, con estupor, que algunos nos llaman "asesinos de
árboles", o que cuando asistimos a una manifestación haciendo uso de
nuestro legítimo e inalienable derecho a expresarnos libremente se nos acusa de
"provocadores", "corruptos", se nos insulta con rabia incomprensible,
se nos escupe y se nos zarandea, por parte de una minoría que se escuda en una
noble idea para retomar hábitos fascistas de represión y agresión.
Quiero insistir en que el sentido de responsabilidad nos
obliga a decir que esta sociedad "no puede pedir agua en la higuera y sol
en la era", al mismo tiempo. No puede continuar esta Isla por los
derroteros de estos últimos tiempos, con su incontrolado crecimiento urbano y
demográfico, con hábitos consumistas y derrochadores de recursos que nos han
impregnado en todos los órdenes de la vida, con tres televisores en la casa,
con placas vitrocerámicas, con un coche para cada miembro de la familia, y
luego, en un ejercicio de hipocresía, afirmar que no queremos tendidos
eléctricos o más carreteras, mientras se siguen construyendo urbanizaciones,
hoteles y apartamentos por doquier y matriculando 3.000 coches al mes. Si no
nos damos cuenta de esta terrible contradicción en que vive sumida esta
sociedad y, en consecuencia, no ponemos los medios para remediarla, ni 100
manifestaciones nos salvarán del caos que acontecerá - con seguridad - en el
futuro inmediato.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 24 de Noviembre 2002
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