EN ESTA SEMANA que pasa, la naturaleza nos ha vuelto a dar
otra lección en Canarias, a pesar de que algunos han pensado durante décadas
que se la podía domesticar con facilidad en beneficio propio. En un recorrido
que hagamos - hoy - por el Sur urbanizado se han puesto de manifiesto -
clamorosamente - la debilidad de los argumentos seudocientíficos de ingenieros
y arquitectos.
Unos metros más al oeste, las montañas de Guaza y del Mojón,
han "resucitado" barranqueras que cortaron con sus materiales la
carretera. Posiblemente, si los ingenieros hubieran consultado a Don Salvador
Alayón, cabrero de Las Galletas, hubieran sabido que la escorrentía de la
Montaña del Mojón podía suponer un peligro no recogido en sus estudios sobre
recurrencia de las lluvias. Y es que la estadística no lo es todo, ya lo hemos
dicho con anterioridad pero no está de más repetirlo. Así, topónimos de la zona
como Asomada de las Eres ponen de manifiesto la referencia histórica de los
naturales del lugar a la conexión entre los barrancos y el agua. Los materiales
arrastrados desde Chayofa y el Mojón dieron origen a un pequeño lago junto a la
autopista, en el que flotaban electrodomésticos diversos, conformando un
paisaje patético y no atribuible con facilidad a los políticos o los técnicos.
Afortunadamente, la lección del 31 de marzo estaba aún en
las mentes de esta sociedad y todas las alarmas se dispararon, en especial las
de la conciencia individual de los ciudadanos que, no me cabe la menor duda,
actuaron con mayor prudencia que en otras ocasiones y gracias a ello no tenemos
que lamentar desgracias personales.
En una semana hemos pasado, en lugares como Chajaña, de
tener que regar pinos con camiones-cuba a registrar, en 5 días, 278 litros por
metro cuadrado, lo que hizo que los materiales depositados por la construcción
de la autopista del Sur hace 30 años en el barranco de Herques fueran
literalmente barridos por las aguas. En los altos de Arico y Fasnia las lluvias
han supuesto más de cuatro veces el total de precipitaciones del año 2001, por
ejemplo. Y es que - por si alguien lo duda - nuestros hendidos barrancos no
fueron construidos por los aborígenes con puntas de piedra y rematados por los
colonizadores con pico y pala, sino que lluvias como éstas han erosionado hasta
el tuétano el alma geológica de estas Islas sin pausa ni descanso a lo largo de
los milenios, año tras año. Pues bien, si vamos a seguir viviendo aquí como
bien parece, será mejor que nos acostumbremos y que entre todos pongamos los
cimientos para que este tipo de fenómenos no se conviertan en catástrofes.
En Fañabé y Las Torviscas, las fincas de plátanos, antaño
cultivadas y hoy abandonadas, que desviaban el agua hacia las barranqueras, hoy
- mientras esperan su "anhelada" metamorfosis en oasis de cemento y
asfalto - se convierten en potenciales acumulaciones de escombros que acabarán
enterrando la "flamante" autopista del Sur.
Podríamos citar cientos de ejemplos reales que hemos visto
estos días en nuestros sures, mientras se anegaban de agua y lodo, pero en el
fondo creo que por encima de todo queda una lectura positiva, de estos males
obtenemos una profunda lección que - espero - pervivirá en nuestros recuerdos
al menos lo que dure un suspiro. Una medida inteligente pero inviable sería
organizar excursiones en guagua por las zonas afectadas, en especial en las que
las cosas se hicieron terriblemente mal en años pasados, pero no sólo para
arquitectos, ingenieros y políticos, sino también para niños y jóvenes. Creo
que sería una lección que no olvidarían y que algún día rentabilizaríamos
todos.
Por último, quiero añadir que el mal tiempo no equivale a la
lluvia. Parece ser que sólo valoramos los días soleados, sin viento, ideales
para ir a la playa a broncearnos. Pues no. Sin estas benditas lluvias estas
Islas serían un desierto, similar a los del Sáhara o del Sahel, y eso supongo
que no les parece un ideal. En definitiva, la conclusión inevitable de todo
esto es que no podemos seguir creciendo de cualquier manera, que los barrancos
tienen su espacio vital que acaban reclamando cada cierto tiempo, aunque algunos
lo olviden. D. Salvador es un verdadero maestro en la cultura de nuestros
campesinos, aplicada a la gestión del territorio, que nunca hubieran hecho
estas obras en las cuencas de los barrancos y mucho menos vertido escombros o
enseres domésticos, como hicieron ciudadanos corrientes, hijos de esta mal
llamada cultura urbana. Esperamos que ésta sea una nueva lección añadida al 31
de marzo y que - por tanto - nos cueste un poco más olvidarla a todos, desde
políticos y técnicos hasta toda la ciudadanía en general, que hemos olvidado
algunas de las leyes básicas de la naturaleza en nuestro territorio.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 22 de Diciembre 2002
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