domingo, 22 de diciembre de 2002

Temporales, barrancos y D. Salvador, el cabrero

EN ESTA SEMANA que pasa, la naturaleza nos ha vuelto a dar otra lección en Canarias, a pesar de que algunos han pensado durante décadas que se la podía domesticar con facilidad en beneficio propio. En un recorrido que hagamos - hoy - por el Sur urbanizado se han puesto de manifiesto - clamorosamente - la debilidad de los argumentos seudocientíficos de ingenieros y arquitectos. 
Así, el puente de Guaza, construido en los años setenta, que cruza el barranco de Las Galletas, y que discurre junto a la carretera que une San Lorenzo y Las Galletas, nunca debiera haberse construido tal y como se hizo, y de ahí los problemas que se originan cada vez que llueve más de lo normal. Algo que hemos denunciado repetidamente desde hace ya demasiados años, pero que en su momento fue un tema menor o insignificante para los responsables técnicos de las carreteras insulares. Si hoy el consejero insular de carreteras trata de construir un nuevo pulpo en Guaza, que remedie este problema, se enfrenta a serias dificultades a la hora de cerrar el tráfico en una zona donde la densidad de vehículos es tremenda y continua.
Unos metros más al oeste, las montañas de Guaza y del Mojón, han "resucitado" barranqueras que cortaron con sus materiales la carretera. Posiblemente, si los ingenieros hubieran consultado a Don Salvador Alayón, cabrero de Las Galletas, hubieran sabido que la escorrentía de la Montaña del Mojón podía suponer un peligro no recogido en sus estudios sobre recurrencia de las lluvias. Y es que la estadística no lo es todo, ya lo hemos dicho con anterioridad pero no está de más repetirlo. Así, topónimos de la zona como Asomada de las Eres ponen de manifiesto la referencia histórica de los naturales del lugar a la conexión entre los barrancos y el agua. Los materiales arrastrados desde Chayofa y el Mojón dieron origen a un pequeño lago junto a la autopista, en el que flotaban electrodomésticos diversos, conformando un paisaje patético y no atribuible con facilidad a los políticos o los técnicos.
Afortunadamente, la lección del 31 de marzo estaba aún en las mentes de esta sociedad y todas las alarmas se dispararon, en especial las de la conciencia individual de los ciudadanos que, no me cabe la menor duda, actuaron con mayor prudencia que en otras ocasiones y gracias a ello no tenemos que lamentar desgracias personales.
En una semana hemos pasado, en lugares como Chajaña, de tener que regar pinos con camiones-cuba a registrar, en 5 días, 278 litros por metro cuadrado, lo que hizo que los materiales depositados por la construcción de la autopista del Sur hace 30 años en el barranco de Herques fueran literalmente barridos por las aguas. En los altos de Arico y Fasnia las lluvias han supuesto más de cuatro veces el total de precipitaciones del año 2001, por ejemplo. Y es que - por si alguien lo duda - nuestros hendidos barrancos no fueron construidos por los aborígenes con puntas de piedra y rematados por los colonizadores con pico y pala, sino que lluvias como éstas han erosionado hasta el tuétano el alma geológica de estas Islas sin pausa ni descanso a lo largo de los milenios, año tras año. Pues bien, si vamos a seguir viviendo aquí como bien parece, será mejor que nos acostumbremos y que entre todos pongamos los cimientos para que este tipo de fenómenos no se conviertan en catástrofes.
En Fañabé y Las Torviscas, las fincas de plátanos, antaño cultivadas y hoy abandonadas, que desviaban el agua hacia las barranqueras, hoy - mientras esperan su "anhelada" metamorfosis en oasis de cemento y asfalto - se convierten en potenciales acumulaciones de escombros que acabarán enterrando la "flamante" autopista del Sur.
Podríamos citar cientos de ejemplos reales que hemos visto estos días en nuestros sures, mientras se anegaban de agua y lodo, pero en el fondo creo que por encima de todo queda una lectura positiva, de estos males obtenemos una profunda lección que - espero - pervivirá en nuestros recuerdos al menos lo que dure un suspiro. Una medida inteligente pero inviable sería organizar excursiones en guagua por las zonas afectadas, en especial en las que las cosas se hicieron terriblemente mal en años pasados, pero no sólo para arquitectos, ingenieros y políticos, sino también para niños y jóvenes. Creo que sería una lección que no olvidarían y que algún día rentabilizaríamos todos.
Por último, quiero añadir que el mal tiempo no equivale a la lluvia. Parece ser que sólo valoramos los días soleados, sin viento, ideales para ir a la playa a broncearnos. Pues no. Sin estas benditas lluvias estas Islas serían un desierto, similar a los del Sáhara o del Sahel, y eso supongo que no les parece un ideal. En definitiva, la conclusión inevitable de todo esto es que no podemos seguir creciendo de cualquier manera, que los barrancos tienen su espacio vital que acaban reclamando cada cierto tiempo, aunque algunos lo olviden. D. Salvador es un verdadero maestro en la cultura de nuestros campesinos, aplicada a la gestión del territorio, que nunca hubieran hecho estas obras en las cuencas de los barrancos y mucho menos vertido escombros o enseres domésticos, como hicieron ciudadanos corrientes, hijos de esta mal llamada cultura urbana. Esperamos que ésta sea una nueva lección añadida al 31 de marzo y que - por tanto - nos cueste un poco más olvidarla a todos, desde políticos y técnicos hasta toda la ciudadanía en general, que hemos olvidado algunas de las leyes básicas de la naturaleza en nuestro territorio.

Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 22 de Diciembre 2002

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