domingo, 9 de febrero de 2003

Las papas en Canarias y los importadores


ESTE AÑO EN CANARIAS hemos reducido de forma significativa la superficie cultivada de un elemento fundamental en la cesta de la compra de las familias canarias: la papa. Los datos son suficientemente elocuentes: con relación al último año se ha reducido en nada menos que un 40 por ciento la superficie sembrada de este tubérculo. En el punto más bajo de las dos últimas décadas, en las que ha descendido en dos tercios la superficie total dedicada a este cultivo.
En cifras esto equivale a que de importar 18.000 Tms. de papas de semilla anual se ha pasado a menos de 6.000 Tms. Esto ha ocurrido a pesar del importante esfuerzo financiero del Cabildo en Tenerife, la principal Isla productora, en infraestructuras destinadas a mejorar los regadíos de las medianías insulares, como por ejemplo: las diversas obras hidráulicas en La Guancha, Tierras de Mesa, San Juan de la Rambla, Valle de La Orotava o la balsa para regadíos de Trevejos, en Vilaflor, por citar algunas de las más relevantes. Sin embargo, los hechos apuntan en sentido contrario, como es que los agricultores de la Cooperativa de San Juan de la Rambla o los de Icod el Alto han disminuido la siembra en un 50 por ciento, aproximadamente. Otros factores coyunturales deberían animar el sector, que desfallece por momentos, como es el descenso en la construcción y el mayor déficit entre la producción local de papas, 90 millones de kilos, y el consumo total, superior a los 160 millones de kilos.
La explicación fundamental de este gran problema se encuentra en la política de intermediarios y distribuidores, en especial, las grandes superficies que hunden los precios locales a través de las "importaciones de choque", es decir, papas producidas a bajo coste en años agrícolas óptimos, en países como Israel, Irlanda, etc... Esto acarrea que si el campesino quiere vender su producción tenga que hacerlo a valores de 30, 40 Ptas./Kg., que al consumidor final llegará, en temporadas de abundancia, un poco por encima de las 100 Ptas./Kg., o bien, en épocas de escasez, superará las 170 Ptas./Kg. Seguramente están ustedes pensando que a simple vista parece una plusvalía o un beneficio simplemente inmoral o insolidario pero otros simplemente lo llaman la "ley del mercado", que destruye a los pequeños, consolida a los grandes y nos hace cautivos a todos de sus políticas de consumo, es decir, cada vez somos menos libres en este mundo que hace del consumismo su bandera de enganche.
Otro factor que deberíamos contemplar aunque fuera ligeramente es que mientras se acaba literalmente con nuestros agricultores se termina también con nuestra capacidad de autoabastecimiento como término estratégico. Eso significa que en caso de cualquier coyuntura de crisis o de malas cosechas en el exterior seremos incapaces de responder, aunque sea mínimamente, a las carestías y a los correspondientes aumentos de precio de los productos de primera necesidad.
No nos olvidemos de las ayudas del REA que, a pesar de los años transcurridos, aún adolecen de la agilidad necesaria para cumplir los objetivos para los que fueron creadas. La burocracia y la lentitud en los pagos desmoralizan a los hombres y mujeres del campo, ya que tardan de media entre 9 y 10 meses en cobrar las ayudas, sin que puedan aplazar en igual medida los pagos del agua o de los abonos que necesitan.
En definitiva, este es el panorama que tenemos, que se asemeja a una "crónica de una muerte anunciada" de uno de nuestros principales alimentos. Por supuesto que no hay que engañarse, el fin de los últimos reductos de nuestra agricultura es una factura que acabaremos pagando todos mientras los importadores y las grandes superficies no dejan de frotarse las manos. Los consumidores acabaremos pagando lo que nos pidan, no lo duden. Acaso, ¿hay opción?
Sí, sí, la hay. En primer lugar, debemos tratar por todos los medios de ser "consumidores inteligentes" en nuestras compras, no comprar indiscriminadamente, en especial, los productos basados en el "dumping" para acabar con la competencia local y arruinarla. Debemos observar las etiquetas de los productos que compramos y valorar no sólo si cuestan 10 pesetas más por kilo, sino que se trata de un producto más fresco, más sano y solidario con una gran parte de nuestros vecinos que, contra viento y marea, luchan por generar riqueza de la tierra en la que vivimos.
Me atrevería a decir que ahora que todo el mundo se queja (y con razón) de que los precios de la cesta de la compra se han disparado, sólo se puede recomendar una actitud personal, individual y solidaria con nuestro entorno (cercano y lejano): se trata de reducir nuestro consumo familiar a lo necesario y, en segundo lugar, demandando los productos de nuestra tierra. Es el único y necesario mensaje que podemos transmitir a las grandes empresas de la distribución en Canarias, que no han dejado de aumentar sus beneficios en estos últimos años, mientras nuestro poder adquisitivo no ha dejado de menguar. A las grandes superficies que obtienen en Canarias sus mejores rentas con relación al número de habitantes hay que exigirles un mínimo de solidaridad y de respeto por el entorno en que desarrollan su actividad.
Y es que si queremos mantener lo poco que nos queda de nuestro paisaje agrario y sus puestos de trabajo, tenemos que comprar preferentemente los productos de nuestra tierra. No hay otra opción posible.

Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 9 de Febrero 2003

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