ESTE AÑO EN CANARIAS hemos reducido de forma significativa
la superficie cultivada de un elemento fundamental en la cesta de la compra de
las familias canarias: la papa. Los datos son suficientemente elocuentes: con
relación al último año se ha reducido en nada menos que un 40 por ciento la
superficie sembrada de este tubérculo. En el punto más bajo de las dos últimas
décadas, en las que ha descendido en dos tercios la superficie total dedicada a
este cultivo.
En cifras esto equivale a que de importar 18.000 Tms. de papas de
semilla anual se ha pasado a menos de 6.000 Tms. Esto ha ocurrido a pesar del
importante esfuerzo financiero del Cabildo en Tenerife, la principal Isla
productora, en infraestructuras destinadas a mejorar los regadíos de las
medianías insulares, como por ejemplo: las diversas obras hidráulicas en La
Guancha, Tierras de Mesa, San Juan de la Rambla, Valle de La Orotava o la balsa
para regadíos de Trevejos, en Vilaflor, por citar algunas de las más
relevantes. Sin embargo, los hechos apuntan en sentido contrario, como es que
los agricultores de la Cooperativa de San Juan de la Rambla o los de Icod el
Alto han disminuido la siembra en un 50 por ciento, aproximadamente. Otros
factores coyunturales deberían animar el sector, que desfallece por momentos,
como es el descenso en la construcción y el mayor déficit entre la producción
local de papas, 90 millones de kilos, y el consumo total, superior a los 160
millones de kilos.
La explicación fundamental de este gran problema se
encuentra en la política de intermediarios y distribuidores, en especial, las
grandes superficies que hunden los precios locales a través de las
"importaciones de choque", es decir, papas producidas a bajo coste en
años agrícolas óptimos, en países como Israel, Irlanda, etc... Esto acarrea que
si el campesino quiere vender su producción tenga que hacerlo a valores de 30, 40
Ptas./Kg., que al consumidor final llegará, en temporadas de abundancia, un
poco por encima de las 100 Ptas./Kg., o bien, en épocas de escasez, superará
las 170 Ptas./Kg. Seguramente están ustedes pensando que a simple vista parece
una plusvalía o un beneficio simplemente inmoral o insolidario pero otros
simplemente lo llaman la "ley del mercado", que destruye a los
pequeños, consolida a los grandes y nos hace cautivos a todos de sus políticas
de consumo, es decir, cada vez somos menos libres en este mundo que hace del
consumismo su bandera de enganche.
Otro factor que deberíamos contemplar aunque fuera
ligeramente es que mientras se acaba literalmente con nuestros agricultores se
termina también con nuestra capacidad de autoabastecimiento como término
estratégico. Eso significa que en caso de cualquier coyuntura de crisis o de
malas cosechas en el exterior seremos incapaces de responder, aunque sea
mínimamente, a las carestías y a los correspondientes aumentos de precio de los
productos de primera necesidad.
No nos olvidemos de las ayudas del REA que, a pesar de los
años transcurridos, aún adolecen de la agilidad necesaria para cumplir los
objetivos para los que fueron creadas. La burocracia y la lentitud en los pagos
desmoralizan a los hombres y mujeres del campo, ya que tardan de media entre 9
y 10 meses en cobrar las ayudas, sin que puedan aplazar en igual medida los
pagos del agua o de los abonos que necesitan.
En definitiva, este es el panorama que tenemos, que se
asemeja a una "crónica de una muerte anunciada" de uno de nuestros
principales alimentos. Por supuesto que no hay que engañarse, el fin de los
últimos reductos de nuestra agricultura es una factura que acabaremos pagando
todos mientras los importadores y las grandes superficies no dejan de frotarse
las manos. Los consumidores acabaremos pagando lo que nos pidan, no lo duden.
Acaso, ¿hay opción?
Sí, sí, la hay. En primer lugar, debemos tratar por todos
los medios de ser "consumidores inteligentes" en nuestras compras, no
comprar indiscriminadamente, en especial, los productos basados en el
"dumping" para acabar con la competencia local y arruinarla. Debemos
observar las etiquetas de los productos que compramos y valorar no sólo si
cuestan 10 pesetas más por kilo, sino que se trata de un producto más fresco, más
sano y solidario con una gran parte de nuestros vecinos que, contra viento y
marea, luchan por generar riqueza de la tierra en la que vivimos.
Me atrevería a decir que ahora que todo el mundo se queja (y
con razón) de que los precios de la cesta de la compra se han disparado, sólo
se puede recomendar una actitud personal, individual y solidaria con nuestro
entorno (cercano y lejano): se trata de reducir nuestro consumo familiar a lo
necesario y, en segundo lugar, demandando los productos de nuestra tierra. Es
el único y necesario mensaje que podemos transmitir a las grandes empresas de
la distribución en Canarias, que no han dejado de aumentar sus beneficios en
estos últimos años, mientras nuestro poder adquisitivo no ha dejado de menguar.
A las grandes superficies que obtienen en Canarias sus mejores rentas con
relación al número de habitantes hay que exigirles un mínimo de solidaridad y
de respeto por el entorno en que desarrollan su actividad.
Y es que si queremos mantener lo poco que nos queda de nuestro
paisaje agrario y sus puestos de trabajo, tenemos que comprar preferentemente
los productos de nuestra tierra. No hay otra opción posible.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 9 de Febrero 2003
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