EN ESTOS DÍAS ASISTIMOS en el Parlamento de Canarias a uno
de los debates más decisivos y trascendentes para el Archipiélago de toda la
historia de nuestra joven autonomía. Se trata de la ley sobre las directrices
para nuestro desarrollo futuro, popularmente conocida por la famosa moratoria
de las construcciones turísticas.
En definitiva, aquel polémico parón de la construcción
supuso una histórica ruptura para el crecimiento urbanístico y turístico en
Canarias y un horizonte de esperanza en la búsqueda del tan ansiado desarrollo
sostenible, sobre el que muchos habían teorizado pero que nadie había aplicado
en la realidad. Para todos era evidente que no podíamos seguir tapizando de
cemento las Islas indefinidamente, no sólo porque se acababa el territorio, sino
también porque había que dotar de recursos y energía todo lo que construyera.
Agua, electricidad, saneamientos, etc., que debían ser sufragados con dinero
público. Esta nave no podía continuar a la deriva que la conducía el supuesto
mercado, recogiendo a todos los náufragos y aumentando la carga
exponencialmente.
En este debate, siempre me parece oportuno releer la
historia para intentar obtener alguna enseñanza positiva. Así, hace 60 años,
todo el Archipiélago tenía 660.000 habitantes, que cultivaban una extensión de
terreno superior a las 150.000 hectáreas, con unos consumos de agua y energía
ínfimos, si los comparamos con los actuales. Hay que añadir que más del 90 por
ciento de la población de aquel momento carecía de agua corriente en sus casas
o que la electricidad aún representaba un artículo "de lujo". Ahora
bien, el salto que hemos dado en medio siglo ha sido difícilmente asumido por
esta sociedad que ha adquirido los malos hábitos del "nuevo rico", es
decir, la cultura de la ostentación, el consumismo y el derroche, despreciando
de paso toda la herencia histórica y sociológica de muchos siglos de escasez y
de ahorro de recursos.
En la actualidad, cultivamos menos de 50.000 hectáreas, a
pesar de que aproximadamente un tercio es de cultivos intensivos, de regadío y
bajo plástico, con unos rendimientos importantes, no podemos obviar que estamos
aprovechando para la agricultura unos 300 m2/hab., mientras entre los países
que nos siguen en este ranking de mínimos en suelo cultivado por habitante está
Bangladesh, con 2.000 m2/hab.
Asimismo, nuestra población ha dejado de ser rural y se ha
convertido en urbana, multiplicando exponencialmente sus consumos de energía y
recursos, en la producción de residuos (1,8 kg./hab./día), o en la generación
de aguas residuales, por citar algunos de los aspectos más importantes y
conocidos. Este proceso de urbanización y de consumo desmedido de recursos, de
diversa índole, genera un buen número de interrogantes que limitan y ponen en
peligro seriamente la aspiración a hacer realidad palabras y adjetivos como
sociedad sostenible, sustentabilidad, etc. Hace décadas, cuando éramos pobres,
el ahorro y el aprovechamiento total de los recursos eran unas normas obligadas
para todos los hombres y mujeres que poblaban estas Islas, con una distribución
sobre el territorio acorde con su potencialidad y con la tecnología de la
época, con un alto índice de autoabastecimiento y de equilibrio.
Parece claro que el documento que - por fin - plantea frenar
los procesos de urbanización y de crecimiento demográfico incontrolado es una
necesidad imperiosa para nuestra supervivencia futura. Y lo he dicho en
ocasiones anteriores, no se trata en ningún caso de un problema exclusivo de
los políticos sino que afecta hasta el último de los ciudadanos y ciudadanas de
estas Islas, desde los más jóvenes hasta los más mayores. Es por ello, que
debemos apoyar sin fisuras esta iniciativa frente a las continuas agresiones de
los sectores perjudicados, cuya influencia es notoria e importante en muchos
ámbitos de esta sociedad.
Por otra parte, habrá que exigirnos a nosotros mismos
también la creciente adopción de una mentalidad más austera y comprometida con
el medio ambiente y el territorio. Y, en consecuencia, que mire con respeto a
la sociedad antaño "pobre", y que intente sacar lo bueno de las
experiencias pasadas para enfrentarse al futuro con mejores posibilidades. Y
tener claro, en definitiva, que progreso y desarrollo no equivalen a un
Macdonald s en Teno Alto o a una urbanización de adosados en el Roque del
Faro. Este es un debate necesario aunque tardío que debe implicar a toda la
sociedad, porque aún estamos a tiempo de frenar el barco antes de que se
estrelle contra los acantilados costeros. Sin olvidar que el verdadero cambio
debe empezar por nosotros mismos y nuestra actitud individual.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 13 de Abril 2003
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