EN LOS TIEMPOS QUE VIVIMOS, parece razonable y necesario que
todos hagamos una reflexión sobre el modelo vigente de desarrollo que tenemos
en estas islas, puesto que el mismo no sólo es fruto de los responsables
políticos de la "cosa pública", sino también de todo el comportamiento
colectivo de una sociedad, en la que cada uno de sus componentes tiene una
cuota de responsabilidad específica.
Hoy es frecuente escuchar una palabra tan bonita como
"sostenibilidad" y, en cambio, en pocas ocasiones oímos
"insostenibilidad", término que se encuentra más cercano a nuestra
realidad que el primero. Además, parece claro que ha triunfado un sistema
agroindustrial que tiende a arruinar los modelos tradicionales no sólo
agrícolas, sino también de vida. El derroche de recursos naturales y la agresión
al medio y al paisaje son continuos en nuestras sociedades. Esta situación
hipoteca no sólo la supervivencia de nuestra agricultura, sino también el medio
ambiente y el hipotético futuro socioeconómico sostenible, que muchos teóricos
reclaman pero que muy pocos dan recetas prácticas de cómo conseguirlo.
La agricultura se ha caracterizado siempre por un modelo
sostenible, por ello, hay sociedades agrarias, China o Egipto, por ejemplo, con
miles de años sobre el mismo suelo, pero en los últimos años, la agroindustria
la ha hecho dependiente de la química y de la genética, haciéndola más frágil y
vulnerable. Así, por ejemplo, en estos momentos nuestros ganaderos tienen
grandes dificultades para colocar el estiércol o los purines que aún se
producen en la isla, mientras lo que va quedando de agricultura fertiliza el
suelo con miles de toneladas de abonos químicos importados y otros productos de
discutible calidad. En cambio a nuestros vertederos llegan grandes cantidades
de materia orgánica, que podrían ser el mejor abono para nuestros campos, por
otra parte, tanto el compost de residuos urbano, como la gallinácea o la
pinocha de nuestros montes mejorarán la fertilidad de nuestros suelos
disminuyendo la fragilidad en la fertilización de los mismos, con residuos que
podríamos incorporar al agro y no a dicho vertedero. Así, por ejemplo, en este
momento de supuesta alternativa a los residuos urbanos en la producción de
compostaje apenas se tratan al año unas 45.000 Tm3 de los cuales se convierten
en compost alrededor de 5000 Tm3, de las más de 600.000 Tm3 producidas;
mientras aquí la producción de residuos se dispara, valga como ejemplo que la
planta de transferencia del Valle de San Lorenzo ha pasado de 57.201 toneladas
(1992) a 144.889 (2003), es decir, se han incrementado los residuos urbanos en
un 256 % en una década. Son datos que deben hacernos pensar el camino que
llevamos.
El agricultor no sólo es productor de alimentos, conservador
del paisaje, sino también reciclador de la materia orgánica y de los residuos
que se componen de ella. Por todo ello, si pretendemos y estamos convencidos
que la sostenibilidad debe ser un ideal por el que vale la pena luchar, pero
del que en la actualidad estamos a "años-luz". Sería necesario un
modelo más austero y solidario con nuestro entorno, menos derrochador y
agresivo, asumido por todos y en que participemos de alguna manera con nuestra
actitud vital, con nuestro consumo de recursos y de bienes y con la educación
de nuestros hijos.
Sin estas condiciones el desarrollo sostenible continuará
siendo una de tantas utopías reducidas a columnas de periódicos o a aulas
universitarias.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 30 de Mayo 2004
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