domingo, 20 de junio de 2004

Diez mil cabras en Las Cañadas del Teide


EL PASADO SÁBADO celebrábamos un bonito acto de despedida, el de la jubilación de don Benito Fraga, un guarda de Medio Ambiente que ha nacido y vivido en los montes de Tenerife, familiarizado con toda la problemática social y ambiental de nuestras cumbres, pues su padre fue uno de los cabreros que pastó más de mil cabras en la Finca de Iserse y Graneritos, junto a otros convecinos suyos de Taucho.

Don Benito todavía evoca el uso que se dio a una era próxima a la casa de D. Juan Évora, en Boca Tauce, a casi dos mil metros de altura, lo que refleja el hambre de tierra y la dureza con la que tuvo que luchar nuestro pueblo para sobrevivir con gran limitación de recursos, aunque hoy un amplio grupo de intelectuales y ambientalistas marcadamente urbanos consideran que la Isla se halla en el peor momento ambiental de su ya larga historia, lamentablemente ignorando unos hechos tan recientes como los que cuenta don Benito. Él mismo nos narra cómo a la Casa Forestal de Los Realejos, hoy en medio de la espesura del pinar, se le llamaba "Casa del Queso", porque allí -diríamos en un sentido cariñoso- "aparcaban" las cabras que en junio entraban en Las Cañadas, siguiendo la costumbre ancestral de los antepasados aborígenes de aprovechar tras el duro invierno los recursos de la vegetación que alcanzaba la floración, para más tarde, agotada ya ésta, abandonar la zona, al tiempo que los fríos otoñales advertían de la proximidad del invierno. Estos ganados, según las estimaciones que hace nuestro entrañable guarda forestal, superaban las diez mil cabezas en pleno siglo XX; tal era la presión y el nivel de necesidades que hubo en esta Isla. Y no digamos más para ilustrar esta realidad que el relato de otro suceso acaecido en los años cuarenta, cuando un señor de San Miguel, junto a un camello cargado con cuatro retamas para alimentar a sus animales, murió por un tiro de un supuesto guarda, huyendo en dirección hacia el Paisaje Lunar.
El panorama que mostraban las cumbres así pastoreadas era muy distinto al que hoy podemos disfrutar cuando, también a mediados de junio, pero ya en pleno 2004, subimos a Las Cañadas y vemos el lujo de floración de la hierba pajonera o del tajinaste rojo, elementos de un paisaje que seguro en miles de años no había destilado este esplendor. No hay más que acercarse a las fotografías de la primera mitad del siglo pasado, en las que plantas como retamas y rosalitos de cumbre, hoy tan abundantes en el Topo de La Grieta, los alrededores de El Portillo, Montaña Guajara y tantos otros parajes, en aquella época, increíblemente, eran especies muy dispersas e incluso raras. Y hemos llegado a la situación actual gracias a que la tan maltratada economía de los servicios nos permite vivir sin hacer uso de este territorio, pues, más allá de la labor que realizamos los que tenemos responsabilidades en el medio ambiente de la Isla, hay que reconocer que el mejor aliado de éste se halla en haber superado las épocas de miseria y penuria en que ha vivido nuestro pueblo, al menos en los últimos quinientos años. Y es que la pobreza y la miseria no son buenos aliados del medio ambiente por mucho que hoy en día las plataformas del "NO" ignoren o confundan sobre la historia ambiental y social de este pueblo, alegando que todo tiempo pasado fue mejor, que la Isla se hallaba antaño en un estado de conservación ideal y que en la actualidad todo es especulación y negocio. Por ello, la enhorabuena para este trabajador del medio ambiente que se nos jubila, verdadero libro abierto sobre las cumbres de nuestra Isla. Los desmemoriados urbanícolas y teóricos ambientales de este territorio debieran dedicar algunos ratos a dialogar con él y con personas como don Tomás Rodríguez, guarda que se ha dejado más de cincuenta años en los montes tinerfeños, y con tantos otros que dedicaron su vida al medio ambiente de Tenerife; personalidades todas ellas familiarizadas con nuestra gente y su cultura, aunque no tuvieran la oportunidad de pasar por las aulas universitarias ni de publicar libros que dan lecciones catastrofistas de este territorio.

Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 20 de junio 2004

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