HASTA HACE UNOS AÑOS los agricultores canarios dominaban los
bardos de zarzas, limitando su extensión a los bordes de caminos o de huertas,
bien como indicadores de propiedad bien como vallas protectoras para evitar que
los animales sueltos se escapasen de las propiedades respectivas. Por supuesto,
esos zarzales carecían de valor económico; sin embargo hay que reconocer que
desempeñaban un papel reseñable en el sistema agrario tradicional, que se
caracterizaba fundamentalmente por aprovechar al máximo todos los recursos que
una tierra, no siempre demasiado generosa, ofrecía al campesino de las Islas.
Las zarzas también se utilizaban para elaborar abono
orgánico para las tierras cultivadas. En los momentos de "hambre de
tierras" y de necesidad de combustible para cocinar, las zarzas estuvieron
fuertemente controladas y reducidas a la mínima expresión territorial. En ese
sentido, tenemos un topónimo que ejemplifica perfectamente esta situación del
pasado, el Hoyo de los Zarzales, en La Guancha, nos indica un reducto al que
quedó confinada esta especie foránea, mucho antes de que comenzara el proceso
de gran expansión en el que hoy nos encontramos. Este crecimiento desmedido de
las zarzas que comenzó hace varias décadas, coincidiendo con el progresivo
declive de la actividad agrícola, supone un riesgo creciente ante la aparición
de incendios. La acumulación de combustible que representa el auge desmedido de
esta planta de rápido crecimiento es un problema que no puede ser resuelto con
el único esfuerzo de los trabajadores de Medio Ambiente, ya que su expansión
por barrancos, caminos, antiguos terrenos de cultivo, etc., hace inviable esta solución.
Por el contrario, se necesita la colaboración de los ayuntamientos y de los
ciudadanos que conviven en las proximidades de viviendas y fincas con
acumulaciones de zarzas.
Los ayuntamientos deben emitir bandos que soliciten la
participación de los vecinos en esta tarea. El soporte legal para esa
colaboración ciudadana existe. La Orden del Gobierno de Canarias, de 8 de junio
de 1998, por la que se determinan las épocas de peligro de los incendios
forestales en Canarias y se dictan instrucciones para su prevención y
extinción, señala que todas aquellas "viviendas y edificaciones en zona
forestal deberán estar dotadas de una franja de seguridad de 15 metros de
anchura mínima, libre de residuos, de matorral espontáneo y de vegetación
seca...", deja bien a las claras la responsabilidad de que los
propietarios de inmuebles de despejar de vegetación las proximidades, como
medida imprescindible para evitar que las mismas ardan a consecuencia de un
incendio. Esta situación es especialmente preocupante en municipios que
albergan importantes núcleos de población en las cercanías de masas forestales
y en las zonas de tránsito obligatorio para los ciudadanos. Esta es otra de las
facturas que debe pagar esta Comunidad por la progresiva extinción de los
agricultores que actuaban como jardineros de nuestro territorio.
Es evidente que los problemas que afectan al medio ambiente
de la Isla son numerosos y graves. A pesar del esfuerzo realizado no podemos
cuidar cada metro cuadrado de la Isla como si del jardín de nuestra casa se
tratase por lo que se hace necesario que los ciudadanos nos responsabilicemos
de la cuota de cuidado ambiental que nos corresponde: los que tengan casas
limítrofes con la vegetación, que la controlen con el asesoramiento de los
trabajadores de Medio Ambiente; las personas que acuden a las áreas recreativas
que tengan un comportamiento racional en el uso de los fogones; los fumadores
que no arrojen colillas por las ventanillas de los coches; las amas y los amos
de casa que ahorren toda el agua; los padres que eduquen a sus hijos en el
respeto a la naturaleza y en el ahorro frente al consumismo desmedido, etc. No
nos engañemos, por mucho dinero que invirtamos en equipos humanos y técnicos,
la conservación de nuestro medio ambiente sólo es posible desde una postura
concienciada y activa de los ciudadanos que integramos esta sociedad. Sin esta
premisa, todos nuestros esfuerzos están condenados al fracaso.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 15 de Septiembre 2002
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