TRANSCURRIDA UNA SEMANA desde la multitudinaria
peregrinación a Candelaria, nos parece razonable compartir con la opinión
pública canaria el balance que desde el Área de Medio Ambiente del Cabildo
Insular de Tenerife nos compete realizar. Desde la creencia firme que la
difusión de este análisis a posteriori puede permitirnos mejorar en el futuro
la preocupante realidad de la peregrinación, a su paso por los espacios
naturales de Tenerife, ya que en modo alguno se pueden afrontar las soluciones
necesarias desde la sola óptica de la administración pública. Se trata, por el
contrario, de un tema de concienciación y educación ambiental básica, que una
parte de nuestros peregrinos - desgraciadamente - demuestra carecer.
El primer aspecto a destacar es la evolución histórica del
peregrino canario. El caminante de hoy tiene muy poco que ver con el de antaño,
con sus padres y abuelos que, en su mayor parte, procedían directamente del
entorno campesino, acostumbrados a transitar y a convivir con el monte porque
de él obtenían importantes materias primas para su subsistencia. Hoy, un
importante porcentaje de los peregrinos es "extraño" en este
territorio. Nacidos y criados no sólo en entornos urbanos, sino - lo que es más
preocupante - con mentalidad exclusivamente urbanícola. Desconocen la
naturaleza y sus reglas, al contrario que sus antepasados que dominaban y
cuidaban este territorio. Los caminos y veredas (la palabra sendero no se
utilizaba en Canarias, nos llega recientemente desde la Península añadiéndole
un significado lúdico) constituían unas vías de comunicación conocidas hasta la
saciedad. Asimismo, los antiguos peregrinos estaban "fogueteados" en
la lucha contra los incendios y conatos de carácter local, eran los únicos
"bomberos" de sus respectivos barrios y municipios, por lo que
conocían también los riesgos de las imprudencias. Las cientos, tal vez miles,
de colillas de cigarrillos arrojadas de forma indiscriminada en espacios con
alto contenido en materias combustibles nos debe hacer pensar que el bagaje de
conocimientos y de respeto se ha perdido, quizás, irremediablemente.
Afortunadamente, en los últimos años la suerte nos ha
acompañado. Debemos pensar que la concentración de miles de personas en tramos
como la subida de Aguamansa a La Crucita o la bajada a la Caldera de Pedro Gil
entrañan riesgos potenciales imposibles de conjurar con las premisas actuales.
En estos lugares, que actúan como verdaderos embudos, no hay espacios de
evacuación limpios de vegetación que permitan la protección ante un fuego
eventual, ni auxilio posible si éste se produjera durante la noche.
Por otro lado, el camino de los peregrinos por el monte ha
dejado una estela bastante triste y clara. En los días posteriores, podemos
seguirla con facilidad a través del reguero de bolsas de basura, latas de
cerveza y refrescos y colillas. Otro signo externo difícil de asimilar es la
costumbre arraigada en el "peregrino" de colgar sus bolsas de basura
en el pino como si la Navidad hubiera llegado con anticipación y alevosía. En
ese sentido, sólo un mensaje que debe formar parte - en mi opinión - de la
filosofía del verdadero peregrino de forma primordial: sólo dejar en la
naturaleza la huella de nuestras pisadas y sólo llevarnos de ella recuerdos e
imágenes en nuestras retinas. Con verdadera pena, tengo que decir que algunos
desaprensivos aprovecharon la ocasión para arrancar las señales de los senderos
y robarlas para Dios sabe qué extraño aprovechamiento.
En definitiva, que nuestro problema no es - como algunos
afirman - mi "extraña" obsesión porque se quemen los pinos, nuestros
pinos, sino el riesgo para las personas y su seguridad básica. No podemos
seguir con esta actitud indiferente - en el mejor de los casos - hacia nuestros
espacios naturales esperando que siempre nos acompañe la diosa fortuna porque
llegará el día en que esto no sucederá y las consecuencias serán terribles para
todos, sin lugar a dudas. Aprendamos de nuestros errores, ese es el mensaje más
importante junto con el del respeto hacia nuestro territorio, que es el que nos
alberga y nos da cobijo.
Es posible que estas palabras no resulten
"cómodas" ni agradables para muchas personas, pero me atrevo a
compartirlas a través de esta tribuna abierta con la convicción de que el
ocultamiento de esta oscura realidad sólo nos deparará problemas aún mayores.
Tampoco quiero dejar escapar la ocasión para hacer un
reconocimiento público a la gran labor profesional y al esfuerzo realizado por
los trabajadores de Medio Ambiente, de los grupos de voluntarios y de la
Guardia Civil. Todos estos colectivos trabajaron a destajo día y noche durante
esa larga semana previa y posterior al día de nuestra Patrona. Es obvio que
estos valiosos recursos humanos que - año a año - demuestran su compromiso con
la naturaleza y las personas son - de momento - nuestra única garantía frente
al peligro de un gran incendio.
Para finalizar, sólo resta reiterar el modesto llamamiento a
esta sociedad civil insular para que afronte de forma inequívoca este creciente
y grave problema generado en los últimos años. Y por supuesto, insistir a toda
la población que las soluciones no son competencias exclusivas de la
administración pública, de protección civil, del obispado o de los voluntarios,
sino que parten de las actitudes individuales y colectivas que debemos pedir y
exigir, si queremos convivir en una sociedad cívica, concienciada, justa y
respetuosa con el territorio. Por nuestra parte, seguiremos en la lucha día a
día por conseguirlo.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 25 de Agosto 2002
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